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La muerte (Cuento de Ciencia Ficción) (página 2)



Partes: 1, 2

Tenso de pavor, Cliff se acurrucó tras su propio
robot. Dio gracias al cielo por el hecho de que Gnut estuviese
entre él y el gorila y que continuase su avance. El gorila
retrocedió aún más, pero de pronto se
abalanzó hacia el siguiente robot de la hilera y, con una
fuerza casi increíble, lo arrancó del suelo y lo
lanzó contra Gnut Con un tremendo estrépito
metálico, el robot golpeó al otro robot, y el
producido en la Tierra rebotó hacia un lado y rodó
hasta detenerse.

Después, Cliff se maldeciría a sí
mismo por ello, pero de nuevo volvió a olvidarse por
completo de tomar una foto. El gorila, retrocedió a lo
largo de la pared, demolió con terribles estallidos de ira
cada uno de los ujieres robot frente a los que pasaba, y
lanzó las piezas al implacable Gnut. Pronto se hallaron
frente a la mesa y Cliff dio entonces gracias a su buena estrella
por no haber ido hasta allí. Se produjo un breve silencio,
y Cliff no pudo saber qué era lo que estaba pasando, pero
se imaginó que al fin el gorila había llegado al
rincón del edificio, y estaba atrapado.

Si lo estaba fue sólo por un instante.
Súbitamente el silencio fue rasgado por un terrible
rugido, y la robusta forma del animal llegó dando botes
hacia Cliff. Recorrió todo el camino y se dio la vuelta
justo entre Cliff y la compuerta de la nave. El fotógrafo
rogó con frenesí a todos los dioses que regresase
pronto Gnut, pues ahora sólo había el único
robot indemne entre él y la peligrosa bestia. Gnut
surgió de la oscuridad. El gorila se alzó de nuevo
en toda su altura, golpeó su pecho y rugió en
señal de reto.

Y entonces ocurrió una cosa curiosa. La bestia
cayó de cuatro patas y, lentamente, rodó sobre su
costado, como si estuviese débil o se hubiese hecho
daño. Luego, jadeando, lanzando unos sonidos aterradores,
se puso de nuevo en pie y se enfrentó con el robot que se
le acercaba. Y mientras esperaba, su atención fue
atraída por el último ujier mecánico y
quizá por Cliff, que estaba acurrucado tras él. Con
un estallido de terrible ira destructora, el gorila caminó
de lado en dirección a Cliff; pero esta vez, a pesar de su
pánico, éste pudo ver que el animal se movía
con dificultad, al parecer enfermo o gravemente herido. Se
echó hacia atrás justo a tiempo: el gorila
alzó el último ujier robot y se lo lanzó con
violencia a Gnut, fallando por unos
centímetros.

Aquél fue su último esfuerzo. Una vez
más, la debilidad se apoderó de él;
cayó como un fardo sobre un costado, rodó adelante
y a atrás varias veces y comenzó a estremecerse.
Luego se quedó quieto y ya no se movió.

La primera y débil luz del alba estaba entrando
en la sala. Desde el rincón en donde se había
refugiado, Cliff contemplaba muy de cerca al gran robot. Le
parecía que se comportaba de una forma muy extraña.
Se quedó junto al gorila muerto, mirándolo con lo
que en un humano hubiera sido considerado tristeza. Cliff lo vio
con mucha claridad: las facciones verde oscuro de Gnut
tenían una expresión pensativa y doliente, que
antes no había visto. Permaneció así algunos
segundos, y luego, como haría un padre con su hijo
enfermo, se inclinó, alzó al gran animal en sus
brazos metálicos y lo llevó con ternura al interior
de la nave.

Cliff regresó a la mesa a la carrera,
sintiéndose aterrado ante la idea de que pudieran
producirse nuevos acontecimientos peligrosos e inexplicables.
Pensó que estaría más seguro en el
laboratorio y, con las rodillas temblorosas, recorrió el
camino hasta allí y se ocultó dentro de uno de los
hornos. Rezaba porque pronto fuera de día. Su mente era un
verdadero caos. Con rapidez, uno tras otro, iba rememorando todos
los asombrosos acontecimientos de la noche; pero todos eran
misteriosos, y le parecía que no podía haber
explicación racional alguna para los mismos. El
pájaro burlón, el gorila, la triste
expresión de Gnut y su ternura.

¡No había nada que pudiera explicar una
mezcla tan fantástica de acontecimientos!

Gradualmente llegó la luz del día.
Pasó mucho rato. Al fin comenzó a creer que
quizá pudiese escapar con vida de aquel lugar misterioso y
terrible. A las ocho y media se oyeron ruidos en la entrada y el
agradable sonido de las voces humanas llegó a sus
oídos. Salió del horno y caminó de puntillas
por el pasillo.

De pronto, los sonidos se interrumpieron, se oyó
una exclamación de asombro, y luego el ruido de pasos a la
carrera, tras lo que hubo un silencio. Cliff recorrió el
estrecho pasillo con mucho sigilo y atisbó temeroso por
detrás de la nave. Allá estaba Gnut en su lugar
acostumbrado, en idéntica postura a la que había
adoptado a la muerte de su amo, solitario y aparentemente
pensativo, frente a un vehículo que de nuevo estaba
cerrado y en una habitación que era una ruina. Las puertas
de la entrada estaban abiertas de par en par, y, con el
corazón en la garganta, Cliff corrió al
exterior.

Unos minutos más tarde, ya seguro en la
habitación de su hotel, totalmente agotado, se
sentó por un instante y casi enseguida se quedó
dormido. Más tarde, aún sin desnudarse y
todavía medio dormido, se tambaleo hasta la cama. No se
despertó hasta mediada la tarde.

Se despertó con lentitud, sin darse cuenta al
principio de que las imágenes que giraban por su mente
eran verdaderos recuerdos y no un sueño fantástico.
Fue el recuerdo de las fotos lo que le hizo ponerse en pie. Con
rapidez, se dedicó a revelar la película que
había en su cámara.

Entonces, tuvo en sus manos la prueba de que los
acontecimientos de la noche eran verdaderos. Ambas fotos
habían salido bien. La primera mostraba con claridad la
rampa que llevaba a la compuerta, tal como la había
atisbado desde su posición tras la mesa. La segunda, de la
compuerta abierta, y tomada de frente, le produjo un
desengaño pues una pared desnuda que había tras la
apertura impedía toda visión del interior. Esto
explicaba el que no hubiese surgido ninguna luz del interior de
la nave mientras Gnut se hallaba en ella. Suponiendo que Gnut
necesitase luz para hacer lo que hubiese hecho.

Cliff miró los negativos y se sintió
avergonzado de si mismo. ¡Qué mal fotógrafo
era, al tomar sólo dos fotos tan ridículas como
aquéllas! Había tenido docenas de oportunidades de
conseguir maravillosas fotos… fotos de Gnut en acción,
su lucha con el gorila o incluso cuando tenía en su mano
al pájaro… ¡fotos que hubieran provocado
escalofríos a quien las hubiera visto! Y lo único
que había conseguido eran dos fotos de una puerta. Oh,
eran valiosas, pero él era un burro de marca
mayor.

¡Y, para acabar de redondear esta brillante
actuación, se había quedado dormido!

Bueno, sería mejor que saliera y averiguase lo
que había sucedido.

Se duchó, se afeitó y se cambió de
ropa con rapidez. Y pronto estuvo en un restaurante cercano,
frecuentado por periodistas y fotógrafos. Sentado en el
mostrador, descubrió a un amigo y competidor.

-Bueno, ¿qué es lo que piensas? -le
preguntó a su amigo cuando tomó el taburete de al
lado.

-No pienso nada hasta que no he desayunado -le
respondió Cliff.

-Entonces, ¿es que no te has enterado?

– ¿Enterado de qué? -fintó Cliff,
que sabía muy bien lo que iba a decirle el
otro.

-Desde luego, eres un excelente fotógrafo
-comentó el otro-. Cuando sucede algo realmente
importante, tú estás durmiendo.

Pero luego le contó lo que se había
descubierto aquella mañana en el museo y la
excitación mundial originada por las noticias. Cliff hizo
tres cosas a la vez, con éxito: se tragó un
desayuno muy sustancioso, agradeció a su buena estrella el
que no se hubiese descubierto nada nuevo, y mostró una
continua sorpresa. Aún masticando, se alzó y
corrió al museo.

En el exterior, agolpada junto a la puerta, se
veía una gran muchedumbre de curiosos, pero Cliff no tuvo
problema alguno para lograr entrar, cuando mostró sus
credenciales de prensa. Gnut y la nave estaban tal como él
los había dejado, pero habían limpiado el suelo y
los trozos de los ujieres robot hechos pedazos se hallaban
apilados en un lugar, junto a la pared. Allí había
otros amigos y competidores suyos.

-Estaba fuera y me perdí todo este asunto -le
dijo a uno de ellos, llamado Gus-. ¿Cuál es la
explicación que dan a lo sucedido?

– ¿Por qué no me haces otra pregunta
más fácil? -fue la respuesta-. Nadie sabe nada. Se
piensa que quizá algo saliese de la nave, tal vez otro
robot como Gnut. Oye… ¿dónde has
estado?

– Durmiendo.

-Pues será mejor que te despiertes. Varios miles
de millones de bípedos están tiesos de terror. Se
habla de la venganza por la muerte de Klaatu. De que la Tierra
está a punto de ser invadida.

-Pero eso es una…

-Oh, sé que todo esto es una locura, pero eso es
lo que están contando; sirve para vender
periódicos. Aunque hay un nuevo dato que acaba de
aparecer, y es muy sorprendente. Ven aquí.

Llevó a Cliff a una mesa en la que había
un grupo de personas contemplando con mucho interés varios
objetos guardados por un técnico. Gus señaló
una placa de Petri en la que estaban montados una serie de cortos
cabellos marrón oscuro.

-Esos cabellos son de un gorila macho, de buen
tamaño -dijo Gus con un aire casual y muy profesional-. La
mayor parte de ellos fueron hallados esta mañana, cuando
barrieron el suelo. El resto fue hallado en los ujieres
robot.

Cliff trato de parecer asombrado. Luego, Gus
señaló un tubo de ensayo parcialmente lleno con un
fluido de suave color ámbar.

-Y eso es sangre… diluida… Sangre de gorila. Fue
hallada en los brazos de Gnut.

– ¡Santo cielo! -Logró exclamar Cliff-.
¿Y no hay explicación alguna?

-Ni siquiera una teoría. Es tu gran oportunidad,
muchacho.

Cliff se apartó de Gus, no siéndole
posible mantener durante más tiempo su actuación.
No podía decidir qué hacer con su historia. Los
servicios de noticias le hubieran pagado fuertes sumas por
ella… con sus fotos, pero eso le quitaría la posibilidad
de seguir actuando. Y en lo más profundo de su
corazón sentía deseos de volver a permanecer
aquella noche en el museo, aunque… tenía miedo. Lo
había pasado realmente mal, y sentía unos grandes
deseos de continuar con vida.

Fue hasta Gnut y lo contempló durante largo rato.
Nadie se podría haber imaginado jamás que se
había movido, o que su rostro de metal verdoso
había adquirido una expresión de tristeza.
¡Aquellos extraños ojos! Cliff se preguntó si
realmente estarían mirándole, como parecía,
reconociendo en él al atrevido intruso de la noche
anterior. ¿De qué material desconocido estaban
hechos aquellos instrumentos colocados en sus ojos por una rama
desconocida de la raza del hombre, y que toda la ciencia
terrestre no había logrado poner fuera de funcionamiento?
¿En qué estaba pensando Gnut? ¿Cuáles
podían ser los pensamientos de un robot, un mecanismo
metálico salido de los crisoles del hombre?
¿Estaría irritado con él? Cliff no lo
creía. Gnut lo había tenido a su merced… y se
había alejado.

¿Se atrevería a quedarse otra
vez?

Cliff pensaba que quizá se atreviese.

Cruzó la habitación, reflexionando. Estaba
seguro de que Gnut se movería de nuevo. Un lanzarrayos
Mikton lo protegería de cualquier otro gorila… o de
cincuenta. Aún no tenía toda la historia.
¡Sólo había conseguido dos miserables fotos
de objetos inmóviles!

Debería haberse dado cuenta desde el principio de
que se quedaría. Aquella noche, armado con su
cámara y un pequeño lanzarrayos Mikton, se
escondió de nuevo bajo la mesa de suministros del
laboratorio y oyó cerrarse las puertas metálicas
del edificio.

Esta vez iba a conseguir la historia… y las
fotos.

¡Si es que no habían puesto ningún
guarda en el interior!

Cliff escuchó durante largo rato para tratar de
oír cualquier sonido que le indicase que habían
dejado un guarda, pero el silencio del interior del
pabellón no fue roto por nada. Le agradaba eso… pero no
del todo. La creciente oscuridad y el darse cuenta de que ahora
ya no había forma de echarse atrás hacían
que no le hubiese disgustado la idea de tener un
compañero.

Más o menos una hora después de que se
hiciera totalmente oscuro, se quitó los zapatos, los
ató y se los colgó alrededor del cuello,
dejándolos sobre sus espaldas, y caminó en silencio
a lo largo del pasillo hasta el área de exhibiciones. Todo
parecía estar sucediendo como la noche anterior. Gnut era
una ominosa e indiferenciada sombra situada en el extremo opuesto
de la sala, y sus brillantes ojos rojos parecieron de nuevo
clavados en el punto en el que se hallaba Cliff atisbando. Como
la noche antes, pero de un modo aún más cuidadoso,
Cliff se echó de bruces en el ángulo de la pared, y
reptó con lentitud hasta la baja plataforma en la que se
alzaba la mesa. Una vez en su refugio, dispuso sus zapatos de
forma que le colgasen de un hombro y se colocó bien la
cámara y la pistolera, para tener ambas cosas a la mano.
Esta vez, se dijo, iba a lograr las fotos.

Se acomodó para esperar, pero cuidándose
de vigilar a Gnut en todo momento. Su visión
alcanzó un máximo ajuste a la oscuridad. Al cabo de
un tiempo comenzó a sentirse solitario y un tanto
atemorizado. Los brillantes ojos rojos de Gnut le estaban
poniendo los nervios de punta; tenía que decirse a
sí mismo, una y otra vez, que el robot no iba a hacerle
daño. Pero no le cabía ninguna duda de que
también él era vigilado.

Las horas pasaron con lentitud. A veces oía leves
sonidos en la entrada, en el exterior… Quizá fuera un
guarda, o tal vez curiosos.

A las nueve en punto vio a Gnut moverse. Primero
sólo fue la cabeza; se volvió para que sus ojos
estuvieran aún más clavados en Cliff. Durante un
momento, eso fue todo; luego la oscura forma metálica se
agitó un poco y comenzó a moverse hacia delante…,
en línea recta hacia el fotógrafo. Cliff
había pensado que no tendría miedo, al menos mucho,
pero ahora se le detuvo el corazón. ¿Qué
sucedería en aquella ocasión?

Con asombroso silencio, Gnut se fue acercando hasta que
se alzó, cual ominosa sombra, sobre el punto en que
yacía Cliff. Durante largo rato, sus ojos rojos ardieron
por encima del hombre. Cliff temblaba como una hoja; aquello era
peor que la primera vez. Sin haberlo planeado, se encontró
a sí mismo hablando con el ser metálico.

-No me hagas daño –suplicó-.
Sólo sentía curiosidad por saber lo que sucede. Es
mi trabajo. No te haré ningún daño ni te
molestaré. ¡No…, no podría hacerlo aunque
quisiera! ¡Por favor!

El robot siguió sin moverse, y Cliff no
podía imaginarse si sus palabras habían sido
comprendidas, o siquiera oídas. Cuando creía que ya
no podría soportar más la larga tensión,
Gnut tendió la mano y tomó algo de un cajón
de la mesa, o quizá metió algo en el mismo; luego
dio un paso atrás, se volvió y regresó por
donde había venido. ¡Cliff estaba a salvo! ¡De
nuevo le había perdonado la vida!

A partir de ese momento, Cliff perdió buena parte
de su miedo. Ahora estaba seguro de que Gnut no le haría
daño alguno. Lo había tenido dos veces en su poder
y en cada ocasión se había limitado a mirarlo, para
luego irse en silencio. Cliff no podía ni imaginarse
qué era lo que Gnut había hecho en el cajón
de la mesa. Contempló con gran curiosidad la escena, para
ver qué pasaba a continuación….

Tal como había sucedido la noche anterior, el
robot fue directamente al extremo de la nave y produjo la
peculiar secuencia de sonidos que abría la compuerta, y
cuando la rampa se deslizó, entró en el
vehículo. Después de eso, Cliff permaneció
solo en la oscuridad durante largo rato, probablemente dos horas.
De la nave no salía ni un solo sonido.

Cliff sabía que debía ir a hurtadillas
hasta la compuerta y atisbar al interior, pero no acababa de
tener el valor necesario para hacerlo. Con su arma podía
enfrentarse a otro gorila, pero si Gnut lo atrapaba aquello
podía ser el fin. Esperaba que de un momento a otro
sucediese algo fantástico… y no sabía el
qué. Quizá de nuevo se oyese el dulce canto del
pájaro burlón, o quizás apareciese un
gorila, o tal vez… cualquier cosa. Una vez más lo que
sucedió lo pilló totalmente por
sorpresa.

Oyó un repentino sonido apagado y luego
palabras…, palabras humanas, muy familiares.

-Caballeros -fue la primera, y luego una ligera pausa-.
El Instituto Smithsoniano les da la bienvenida a su nueva
Sección Interplanetaria y a la maravillosa
exposición que tienen delante.

Tras una ligera pausa, prosiguió:

-Todos ustedes deben… deben… -aquí
tartamudeó y se detuvo. A Cliff se le erizó el
cabello. ¡Aquel tartamudeo no estaba en la
grabación!

Por un instante se produjo un silencio; luego oyó
un alarido, el ronco y ahogado alarido de un hombre que
surgía de algún lugar en el interior de la nave y
que fue seguido por una serie de apagados jadeos y gritos, como
los que lanzaría un hombre que estuviese muy asustado o en
peligro.

Con todos los nervios en tensión, Cliff
contempló la compuerta. Oyó el sonido de un golpe
en el interior de la nave, y luego por la abertura salió a
la carrera la sombra de lo que sin duda era un ser humano.
Jadeante y medio cayéndose, corrió directamente en
dirección a Cliff. Cuando se hallaba a unos seis metros de
distancia, la gran sombra de Gnut lo siguió por la
compuerta.

Cliff lo observaba sin aliento. El hombre, que ahora
podía ver que era Stillwell, vino directamente hacia la
mesa tras la que se ocultaba Cliff; como para protegerse tras
ella, pero cuando se hallaba a pocos pasos de distancia se le
doblaron las piernas y cayó al suelo. De repente Gnut
estuvo inclinado sobre él pero Stillwell no pareció
darse cuenta de eso. Tenía el aspecto de estar muy
enfermo, pero no dejaba de hacer un espasmódico y
fútil esfuerzo por arrastrarse hacia la protección
de la mesa.

Gnut no se movió, así que Cliff se
atrevió a hablar.

– ¿Qué es lo que pasa, Stillwell? -le
preguntó-. ¿Puedo ayudarte? No tengas miedo. Soy
Cliff Sutherland, ¿me recuerdas? Soy el
fotógrafo.

Sin mostrar la menor sorpresa al hallarse con Cliff
allí, y agarrándose a su presencia como lo
haría uno que se ahogase, Stillwell
jadeó:

-¡Ayúdame! Gnut… Gnut -no parecía
poder proseguir.

-¿Qué es lo que pasa con Gnut?
-preguntó Cliff. Teniendo muy presente que el robot de los
ojos de fuego se alzaba junto a ellos, y temiendo incluso moverse
hacia el hombre, Cliff añadió con aire
tranquilizador-: Gnut no te hará daño. Estoy seguro
de que no te lo hará. A mí no me lo hace.
¿Qué es lo que pasa? ¿Qué puedo
hacer?

Con una repentina decisión y energía,
Stillwell se alzó sobre sus codos.

– ¿Dónde estoy?
-preguntó.

-En el Pabellón Interplanetario -le
contestó Cliff-. ¿Es que no lo
sabías?

Durante un instante sólo se oyó la
dificultosa respiración de Stillwell. Luego, ronca y
trabajosamente, preguntó:

– ¿Cómo he llegado aquí?

-No lo sé -le contestó Cliff.

-Estaba haciendo una grabación informativa -dijo
Stillwell-, cuando, de repente, me encontré
aquí…, es decir, allí dentro…

Se interrumpió y su rostro mostró una
nueva expresión de horror.

– ¿Y qué pasó entonces? -le
preguntó Cliff, con voz suave.

-Estaba en esa caja… y allí, junto a mí,
estaba Gnut, el robot. ¡Gnut! ¡Pero si lo
habían inutilizado! ¡Nunca se ha movido!

-Tranquilízate ya -le dijo Cliff-. No creo que
Gnut te haga daño.

Stillwell se dejó caer de nuevo al
suelo.

-Estoy muy débil -jadeó-. Algo…
¿Querrías buscar a un doctor?

No se daba cuenta de que el robot que tanto temía
se alzaba junto a él, con los ojos fulgurando en la
oscuridad.

Mientras Cliff dudaba, sin saber qué hacer, la
respiración del hombre se transformó en una serie
de débiles jadeos, tan regulares como el tic tac de un
reloj. El fotógrafo no se atrevía a acercarse a
él, pero nada que hubiese hecho podría ayudar ya al
hombre. Sus jadeos se debilitaron y se hicieron
espasmódicos, y luego, de repente, se quedó
totalmente quieto y en silencio. Cliff le auscultó el
corazón, y luego alzó la vista hacia los ojos de la
figura que había arriba.

-Está muerto -susurró.

El robot pareció comprenderle, o al menos
oírle. Se inclinó hacia delante y contempló
la figura inmóvil..

– ¿Qué es lo que pasa, Gnut? -le
preguntó de repente Cliff al robot-. ¿Qué es
lo que estás haciendo? ¿Puedo ayudarte de alguna
manera? Hay algo que me dice que tus móviles no son malos,
y no creo que hayas matado a este hombre. Pero,
¿qué ha pasado? ¿Puedes comprenderme?
¿Puedes hablar? ¿Qué es lo que estás
tratando de hacer?

Gnut ni se movió ni emitió sonido alguno,
limitándose a mirar a la figura inerte que tenía a
sus pies. En el rostro del robot, que ahora tenía tan
cerca, Cliff veía una expresión de tristeza
infinita.

El robot permaneció así varios minutos;
luego, se inclinó aún más, tomó con
mucho cuidado, incluso con suavidad, la forma inerte y,
llevándola en sus poderosos brazos, fue hasta el lugar
junto a la pared en donde yacían los trozos desmembrados
de los ujieres robot. Cuidadosamente, la colocó a su lado.
Luego, regresó hacia la nave.

Ahora ya sin miedo, Cliff corrió a lo largo de la
pared de la habitación. Había llegado ya casi hasta
el lugar en donde estaban las máquinas hechas pedazos
cuando, de pronto, se detuvo en seco. Gnut estaba saliendo de
nuevo.

Llevaba algo que parecía otro cadáver,
más grande. Lo sostenía con un brazo y lo
depositó con cuidado junto al cadáver de Stillwell.
En la mano de su otro brazo sostenía algo que Cliff no
podía divisar y que colocó junto al cuerpo que
acababa de dejar en el suelo. Luego regresó a la nave y
volvió una vez más con una forma que colocó
con el mismo cuidado junto a las otras; y cuando hubo realizado
este último viaje, las miró por un instante y luego
retornó con lentitud a la nave y se quedó quieto,
como muy ensimismado, junto a la rampa.

Cliff contuvo su curiosidad tanto como le fue posible, y
después se deslizó hacia los objetos que Gnut
había colocado allí. El primero en la hilera era el
cadáver de Stillwell, tal como había esperado, y el
siguiente era la gran forma peluda del gorila muerto… el de la
noche pasada. Junto al gorila yacía el objeto que el robot
había llevado en su mano libre, el diminuto cadáver
del pájaro burlón. Aquellos dos habían
permanecido en la nave durante el pasado día, y Gnut, a
pesar del mucho cuidado con que los había tratado,
sólo estaba haciendo limpieza. Pero había un cuarto
cadáver del que nada sabía. Se acercó al
mismo y se inclinó sobre él, para
mirarlo.

Lo que vio le hizo quedarse sin aliento:
¡imposible!, pensó; debía de haberse
equivocado; volvió a mirar muy de cerca al primer
cadáver.

Entonces, se le congeló la sangre en las venas.
El primer cadáver era el de Stillwell, pero el
último de la hilera también era de Stillwell;
había dos cadáveres de Stillwell, ambos exactamente
idénticos, ambos desprovistos de vida.

Cliff se echó hacia atrás con un grito, y
luego el pánico hizo presa en él y corrió
por la habitación, apartándose de Gnut, y se puso a
gritar y a golpear salvajemente la puerta. Se oyó un ruido
en el exterior.

– ¡Déjenme salir! -aulló
aterrorizado-. ¡Déjenme salir! ¡Déjenme
salir! ¡Apresúrense!

Se abrió una rendija entre las dos hojas de la
puerta, que él agrandó con salvajismo animal,
escapando muy lejos por el césped. Una pareja
tardía que caminaba por un sendero cercano se lo
quedó mirando asombrada, y esto le devolvió
algún sentido, por lo que frenó su marcha y al fin
se detuvo. Mirando hacia atrás, al edificio, vio que todo
tenía el aspecto de siempre y que a pesar de su terror,
Gnut no lo estaba persiguiendo.

Aún estaba con los pies descalzos. Respirando con
agitación, se sentó en el húmedo
césped y se puso los zapatos; luego se alzó y
miró al edificio, tratando de recuperar la calma.
¡Qué lío tan enorme! El cadáver de
Stillwell, el cadáver del gorila, y el cadáver del
sinsonte… todos los cuales habían fallecido ante sus
ojos. Y luego la última cosa aterradora, el segundo
cadáver de Stillwell, al que no había visto morir.
Y la extraña gentileza de Gnut, y la triste
expresión que había visto en dos ocasiones en su
rostro.

Mientras miraba empezó una cierta
animación por los terrenos circundantes. Varias personas
se reunieron en una puerta del pabellón, sonó por
encima la sirena de un helicóptero de la policía, y
luego otra en la distancia, y llegó gente corriendo de
todos lados, unos pocos al principio, y luego más y
más. Los aparatos de la policía aterrizaron en el
césped junto a la puerta del pabellón, y
creyó poder ver a los agentes atisbando al interior del
mismo. Luego, de pronto, se encendieron las luces del edificio.
Recuperado ya el control de sí mismo, Cliff volvió
al museo.

Entró. Había dejado a Gnut pensativo a un
lado de la rampa, pero ahora estaba de nuevo en su vieja y
familiar postura en su lugar habitual, como si jamás se
hubiera movido. La puerta de la nave estaba cerrada, y la rampa
había desaparecido. Pero los cadáveres, los cuatro
extraños cadáveres, yacían aún junto
a los destrozados ujieres robot allí donde los
había dejado en la oscuridad.

Se sobresaltó al oír un grito
detrás de él: un guarda uniformado del museo le
estaba señalando.

– ¡Es éste! -gritaba el guarda-.
¡Cuando abrí la puerta este hombre la forzó
de un empellón y salió corriendo como si le
persiguiese el diablo!

Los agentes de la policía convergieron hacia
Cliff.

-¿Quién es usted? ¿Qué es
todo esto? -le preguntó uno de ellos, con bastante
aspereza.

-Soy Cliff Sutherland, periodista gráfico -le
contestó con mucha calma Cliff-. Estaba aquí dentro
y salí corriendo, tal como dice ese guarda.

– ¿Qué es lo que hacía aquí
dentro? -le preguntó el agente, mirándolo con
fijeza-. ¿Y de dónde han salido esos
cadáveres?

-Caballeros, se lo contaría todo con mucho
placer… Sólo que lo primero es el negocio -les
contestó Cliff-. Se han producido algunos hechos realmente
fantásticos en esta habitación, y yo los he visto
todos y conozco su historia, pero… –sonrió-. Debo
negarme a contestarles sin contar con el consejo de un abogado, y
hasta que haya vendido mi artículo a uno de los sindicatos
de prensa. Ya saben cómo son las cosas. Si me permiten
utilizar la radio de su aparato…, sólo un instante,
caballeros, les contaré toda la historia a
continuación…, digamos que dentro de media hora, cuando
la emitan los chicos de la televisión. Mientras tanto,
pueden creerme si les digo que no hay nada que puedan hacer, y
que no perderán nada con el retraso.

El agente que había hecho las preguntas
parpadeó, y uno de los otros, de reacciones más
rápidas y que desde luego no era un caballero, dio un paso
hacia Cliff con los puños apretados. Cliff lo
desarmó entregándole sus credenciales de prensa. El
otro le dio una rápida ojeada y se las metió en el
bolsillo.

Por aquel entonces ya había allí medio
centenar de personas, y entre ellas dos miembros del equipo de un
sindicato a los que conocía, llegados en
helicóptero. Los policías gruñeron, pero le
dejaron que les susurrase al oído y luego fuera bajo
escolta al aparato de aquellos hombres. Allí, por radio, y
en cinco minutos, Cliff hizo un trato que le iba a proporcionar
más dinero del que jamás antes había ganado
en todo un año. Luego, entregó todas sus fotos y
negativos al equipo y les contó la historia, tras lo que
ellos no perdieron ni un segundo en regresar a su oficina con la
exclusiva.

Fueron llegando más y más personas, y la
policía vació el edificio. Diez minutos más
tarde, un gran equipo de radio y televisión, enviado por
el sindicato con el que había hecho el trato, se
abrió camino al interior del pabellón. Y luego,
algunos minutos más tarde, bajo las deslumbrantes luces
colocadas por los técnicos y situándose cerca de la
nave y no muy lejos de Gnut (rehusó colocarse al lado),
Cliff contó su historia a las cámaras y
micrófonos, que en una fracción de segundo la
enviaron a todos los rincones del Sistema Solar.

Inmediatamente después, la policía se lo
llevó a la cárcel. Lo hicieron por principio, y
además porque se los comía la ira.

Cliff pasó la noche en la cárcel… hasta
las ocho de la mañana siguiente, cuando el sindicato
logró al fin encontrar a un abogado que lo sacase. Y
entonces, cuando al final salía, un agente de paisano lo
agarró por la muñeca.

-Deseamos que venga a la Oficina Continental de
Investigación para hacerle algunas preguntas -le dijo el
agente. Cliff fue con él de buena gana.

Cuarenta y tres jerarquías estatales y
"personalidades" lo esperaban en una imponente sala de
conferencias: uno de los secretarios del presidente, el
vicesecretario de estado, el viceministro de defensa,
científicos, un coronel, ejecutivos, jefes de departamento
y varios agentes principales de la Oficina. El viejo Sanders, el
del bigote canoso, jefe del C.B.I., era quien presidía la
reunión.

Le hicieron contar la historia de nuevo, completa…, no
porque no le creyesen, sino porque esperaban obtener algún
dato que arrojara alguna luz sobre el misterioso comportamiento
de Gnut y los acontecimientos de las últimas tres noches.
Con mucha paciencia, Cliff rebuscó en su cerebro hasta el
último detalle.

El jefe Sanders fue el que hizo casi todas las
preguntas. Tras más de una hora, cuando Cliff creía
que ya había terminado, Sanders le hizo varias preguntas
más, todas las cuales tenían que ver con sus
opiniones personales acerca de lo sucedido.

– ¿Cree que Gnut fue averiado de algún
modo por los ácidos, rayos, calor y demás cosas que
le aplicaron los científicos?

-No vi ninguna evidencia de ello.

– ¿Cree que puede ver?

-Estoy seguro de que puede ver, o bien tiene otros
poderes equivalentes a la visión.

– ¿Cree que puede oír?

-Sí, señor. Cuando le susurré que
Stillwell estaba muerto, se inclinó aún más,
como para verlo por sí mismo. No me sorprendería
que hubiese comprendido lo que le dije.

– ¿No habló en ninguna otra ocasión
que cuando produjo esos sonidos para abrir la nave?

-No dijo ni una palabra ni en inglés ni en
ningún otro idioma. Ni produjo un solo sonido por su
boca.

-Según su opinión, ¿ha resultado
disminuida de algún modo su fuerza a causa del tratamiento
que le hicimos? -preguntó uno de los
científicos.

-Ya les he contado la facilidad con que manejó al
gorila. Atacó al animal y lo lanzó al suelo, tras
lo cual éste se retiró al otro extremo del
edificio, muerto de miedo.

– ¿Cómo explicaría el hecho de que
nuestras autopsias no han encontrado ninguna herida mortal, ni
causa alguna de muerte en ninguno de los cadáveres: el del
gorila, el del pájaro, o los dos idénticos de
Stillwell? -interrogó un médico.

-No puedo explicarlo.

– ¿Cree que Gnut es peligroso? -preguntó
Sanders.

-Potencialmente lo es mucho.

-Y, sin embargo, usted tiene la sensación de que
no es hostil.

-He querido decir que no lo era conmigo. Tengo esa
sensación, y me temo no poder dar ninguna buena
razón para explicarla, exceptuando la forma en que me
perdonó la vida en dos ocasiones, cuando me tenía
en su poder. Creo que quizá también influya la
forma en que manejó los cadáveres, y quizá
la expresión triste y pensativa que vi en su rostro, en
dos ocasiones.

– ¿Se arriesgaría a permanecer solo en el
edificio durante toda otra noche?

-No, por ningún precio -aseguró,
provocando sonrisas.

– ¿Tomó alguna foto de lo que pasó
anoche?

-No, señor.

Cliff, con un esfuerzo, logró mantener su
compostura, pero se sintió inundado por una oleada de
vergüenza. Un hombre, que hasta ahora había
permanecido en silencio, lo rescató al decir:

-Hace un rato utilizó la frase "con un objetivo",
refiriéndose a las acciones de Gnut ¿Puede explicar
esto un poco más?

-Sí, esa fue una de las cosas que atrajo mi
atención: Gnut nunca parece hacer nada en vano. Cuando lo
desea, puede moverse con sorprendente rapidez; vi esto cuando
atacaba al gorila; pero la mayor parte de las otras veces camina
como si estuviese llevando a cabo de un modo metódico
alguna tarea simple. Y esto me hace recordar una cosa muy
peculiar: hay momentos en que adopta una posición,
cualquier posición, quizá medio inclinado, y se
queda así durante varios minutos. Es como si su escala de
valores temporales fuese diferente de la nuestra: algunas cosas
las hace con una sorprendente rapidez y otras con una asombrosa
lentitud. Esto podría explicar sus largos períodos
de inmovilidad.

-Muy interesante -dijo uno de los científicos-.
¿Cómo explicaría usted el hecho de que
últimamente sólo se mueve de noche?

-Creo que está haciendo algo que no quiere que
vea nadie, y que la noche es el único período en
que permanece solo.

-Pero siguió adelante aun después de
hallarse usted allí.

-Lo sé. Pero no tengo ninguna otra
explicación, a menos que me considerase inofensivo o
incapaz de detenerlo… lo que desde luego era cierto.

-Antes de que usted llegase, estábamos pensando
en encerrarlo en un gran bloque de glassita. ¿Cree que lo
permitiría?

-No lo sé. Probablemente lo permitiese;
aceptó lo de los ácidos, los rayos y el calor.
Aunque quizá sea mejor que lo hagan durante el día,
pues parece moverse sólo de noche.

-Pero se movía de día cuando salió
del vehículo con Klaatu.

-Lo sé.

Aquello parecía ser todo lo que se les
ocurría preguntarle. Sanders dio una palmada en la
mesa.

-Bueno, me parece que eso es todo, señor
Sutherland –dijo-. Muchas gracias por su ayuda, y deje que
le felicite por ser usted un joven muy alocado, testarudo y
valiente… y un buen negociante.

Sonrió levemente.

-Puede irse ahora, pero quizá tengamos que
llamarle otra vez. Ya veremos.

– ¿Puedo quedarme mientras toman la
decisión acerca de la glassita? -Preguntó Cliff-.
Ya que estoy aquí, me gustaría poder enterarme de
la noticia.

-La decisión ya ha sido tomada… Puede dar la
noticia. Comenzará a efectuarse la operación de
vertido de la glassita inmediatamente.

-Gracias, señor -dijo Cliff, y, con mucha calma,
añadió: Y, ¿sería tan amable de
autorizarme para que esté presente junto al edificio esta
noche? En el exterior. Tengo la corazonada de que va a suceder
algo.

-Ya veo que quiere otra exclusiva -le dijo Sanders, sin
animosidad-. Y luego hará que la policía espere
mientras usted realiza los negocios.

-Eso no volverá a suceder, señor. Si pasa
algo, ellos serán los primeros en enterarse.

El jefe dudó.

-No sé-dijo al fin-, pero le diré una
cosa. Todos los servicios de noticias desearán tener gente
allí, y no podemos aceptarlo; pero si logra arreglar las
cosas para que usted los represente a todos, yo por mi parte lo
aceptaré. No va a suceder nada, pero sus artículos
servirán para calmar el histerismo. Hágame saber si
llega a un arreglo.

Cliff le dio las gracias, salió y,
apresuradamente; comunicó la noticia por teléfono
al sindicato, sin pedir nada a cambio, y luego les contó
la propuesta de Sanders. Diez minutos más tarde le
llamaron ellos diciéndole que todo estaba arreglado y que
se fuera a dormir un poco. Ellos estarían presentes en la
operación de la glassita. Con el corazón alegre,
Cliff se apresuró a ir al museo. El lugar estaba rodeado
de millares de curiosos, que estaban siendo contenidos, muy lejos
del edificio, por un fuerte cordón policial. Esta vez no
le fue posible atravesarlo: lo reconocieron, y la policía
aún seguía resentida. Pero no le importaba mucho,
y, de pronto, se sintió muy cansado y necesitado de una
siesta. Regresó a su hotel, dio aviso, y se fue a la
cama.

Llevaba dormido sólo unos minutos cuando
sonó el teléfono. Lo contestó sin abrir los
ojos. Era uno de los chicos del sindicato, con unas noticias muy
peculiares. Habían encontrado a Stillwell con vida…, el
verdadero Stillwell. Los dos muertos eran una especie de copia; y
el verdadero no sabía cómo explicar eso. No
tenía ningún hermano.

Cliff se quedó despierto por un instante, pero
luego volvió a dormirse. Ya nada le parecía
fantástico.

A las cuatro de la tarde, muy descansado y con un
catalejo de infrarrojos colgado al hombro, Cliff atravesó
el cordón policial y entró por la puerta del
pabellón. Lo esperaban, y no tuvo problemas. Cuando
clavó su vista en Gnut, lo recorrió una
extraña sensación, y, por alguna razón
desconocida, casi sintió pena por el gigantesco
robot.

Gnut se hallaba igual que siempre, con el pie derecho un
poco adelantado y la misma expresión ensimismada en el
rostro; pero ahora había algo más. Estaba
sólidamente encerrado en un gran bloque de glassita
transparente. El bloque de plástico tenía unos
cinco metros de alto y otros tantos de ancho y grueso,
constituyendo una prisión transparente como el agua, que
confinaba cada centímetro de superficie del robot e
impediría incluso el más ligero movimiento de sus
asombrosos músculos.

Sin duda, era absurdo sentir pena por un robot, un
mecanismo hecho por el hombre; pero Cliff había empezado a
pensar en él como un ser vivo, tan vivo como un ser
humano. Mostraba un propósito y una fuerza de voluntad;
realizaba actos complicados y llenos de recursos, en dos
ocasiones su rostro había mostrado con toda claridad la
emoción de la tristeza, y varias veces lo que
parecía ser una expresión de profunda
reflexión; se había mostrado implacable con el
gorila, y dulce con el pájaro y los otros dos
cadáveres, y en dos ocasiones no había utilizado su
fuerza para aplastar a Cliff cuando parecía haber todas
las razones para hacerlo. Cliff no había dudado ni por un
instante que Gnut estuviese vivo, significara lo que significase
ese "vivo".

Pero allá fuera estaban esperando los chicos de
la radio y la televisión; tenía trabajo que hacer.
Fue a su encuentro y comenzó a trabajar.

Una hora más tarde, Cliff estaba sentado, solo, a
unos cinco metros por encima del suelo, en un gran árbol
situado al otro lado del paseo que había frente al
edificio, lo que le permitiría ver con claridad la parte
superior del cuerpo de Gnut a través de una ventana.
Había atado a las ramas que lo rodeaban tres instrumentos:
su catalejo de infrarrojos, un micrófono
radiofónico y una cámara de televisión de
infrarrojos con toma de sonido. El primero, el catalejo, le
permitiría ver en la oscuridad con sus propios ojos, como
si fuera de día, una imagen agrandada del robot, y los
otros recogerían todas las imágenes y sonidos,
incluyendo sus propios comentarios, y los transmitirían a
los diversos estudios de retransmisión que los
enviarían a millones de kilómetros en todas las
direcciones, a través del espacio. Nunca antes
había tenido fotógrafo alguno una misión tan
importante… desde luego no la había tenido ninguno que
se olvidase de tomar fotografías. Pero Cliff ya se
había olvidado de aquello, y se sentía bastante
orgulloso y dispuesto.

Muy hacia atrás, y formando un gran
círculo se hallaba la multitud compuesta por los
curiosos… y los temerosos. ¿Contendría la
glassita a Gnut? ¿Saldría con ansias de venganza,
si el plástico no podía detenerlo?
¿Aparecerían unos seres inimaginables, que hubiesen
estado ocultos en el interior de la nave, para librarle y
quizá para vengarse? Millones de personas esperaban
temblorosos ante sus receptores; y quienes se hallaban a una
cierta distancia esperaban que no sucediese nada horrible; pero
lo cierto es que también admitían la posibilidad de
que sucediese alguna catástrofe y estaban dispuestos a
salir corriendo.

En lugares cuidadosamente elegidos, no muy lejos de
Cliff, y por todas partes, había baterías
móviles de rayos del ejército, y en una
depresión situada tras él y hacia la derecha estaba
estacionado un enorme tanque con un gigantesco
cañón. Cada una de las armas apuntaba a la puerta
del pabellón. Una hilera de tanques más
pequeños estaba alerta a cincuenta metros al norte. Sus
lanzarrayos estaban apuntando hacia la puerta, pero no sus
cañones. Desde donde se hallaba el tanque pesado, un
proyectil dirigido contra la puerta no podía causar
daños ni víctimas en parte alguna de la
capital.

Cayó la noche; del edificio fueron saliendo los
últimos oficiales militares, políticos y otros
privilegiados; al fin se cerraron con sonido metálico las
grandes puertas del pabellón, echándoles la llave
para la noche. Pronto Cliff se encontró solo, exceptuando
a los centinelas de los tanques.

Pasaron las horas. Salió la luna. De vez en
cuando Cliff informaba al equipo del estudio de que todo estaba
en calma. Ahora no podía divisar a Gnut a simple vista,
con excepción de los dos débiles puntos rojos que
eran sus ojos, pero a través del catalejo lo veía
con tanta claridad como si fuera de día y estuviese
situado a una distancia aparente de sólo tres metros.
Exceptuando sus ojos, no había ninguna evidencia de que
fuera otra cosa que metal muerto y sin funcionamiento.

Pasó otra hora. De vez en cuando Cliff tocaba los
controles de su pequeña radiotelevisión de
muñeca…, sólo unos segundos cada vez a causa de
lo limitado de su batería. La emisión no
hacía más que referirse a Gnut o él mismo, y
en una ocasión la pequeña pantalla mostró el
árbol en que estaba sentado e incluso, muy diminuto, al
propio Cliff. Desde puntos cercanos habían enfocado sobre
él poderosas cámaras de televisión de
infrarrojos y con teleobjetivo. Aquello le producía una
extraña sensación.

Repentinamente Cliff vio algo que le hizo mirar hacia el
ocular del catalejo. Los ojos de Gnut se estaban moviendo; o al
menos había variado la intensidad de la luz que emanaba de
ellos. Era como si dos pequeños reflectores rojos fueran
girados de un lado a otro y sus rayos cruzasen, a cada
movimiento, el campo visual de Cliff.

Muy excitado, Cliff hizo una señal a los
estudios, inició la retransmisión y
describió el fenómeno. Millones de personas
vibraron en resonancia ante la emoción de su voz.
¿Podría salir Gnut de aquella tremenda
prisión? Pasaron minutos, y continuaron los destellos de
los ojos, aunque Cliff no podía discernir ningún
movimiento o intento de moverse por parte del cuerpo del robot
Describió con cortas frases lo que estaba viendo.
Resultaba claro que Gnut estaba con vida; y no cabía duda
alguna de que estaba luchando contra la prisión
transparente en la que había sido encerrado; pero, a menos
de que pudiera quebrarla, no habría ningún
movimiento.

Cliff tuvo un sobresalto. A ojo desnudo podía ver
algo asombroso que aún no resultaba visible a
través de su instrumento: un débil brillo rojo se
estaba extendiendo sobre el cuerpo del robot. Reajustó el
objetivo de la cámara de televisión con dedos
temblorosos, pero mientras lo hacía, el brillo fue
creciendo con intensidad. ¡Parecía como si el cuerpo
de Gnut estuviese caldeándose hasta la
incandescencia!

Lo describió con frases excitadas, pues dedicaba
casi toda su atención a ir corrigiendo el enfoque del
objetivo. Gnut pasó a ser una figura de color rojo apagado
hasta un ser que cada vez era más brillante,
viéndose con claridad su brillo, incluso a través
del catalejo. ¡Y entonces se movió! ¡No
cabía duda de que se había movido!

Tenía en su interior algún dispositivo que
le permitía aumentar su propia temperatura y estaba
aprovechándose de la única debilidad del
plástico en que había sido encerrado. Pues, como
ahora recordaba Cliff, la glassita era un material
termoplástico que se solidificaba al enfriarse y se
fundía al calentarse. ¡Gnut se estaba liberando de
ella a base de fundirla!

Con frases breves, Cliff fue describiéndolo. El
robot se puso de un color rojo cereza, los ángulos del
bloque de plástico se fueron redondeando, y toda la
estructura comenzó a deformarse. El proceso se fue
acelerando. El cuerpo del robot se movía con más
facilidad. El plástico fue descendiendo hasta llegar
sólo a la coronilla, luego hasta el cuello y
después hasta la cintura, que era lo más que Cliff
podía ver. ¡Su cuerpo estaba libre! Y entonces,
aún de un color rojizo cereza, se movió hacia
adelante, perdiéndose de vista.

Cliff forzó su vista y oído, pero no
logró enterarse de nada, en medio del lejano rugido de los
curiosos que había más allá del
cordón de la policía y algunas secas y
débiles voces de mando en las baterías situadas a
su alrededor.

Pasaron varios minutos. Se oyó un seco y
resonante estrépito: se abrieron de golpe las grandes
puertas metálicas y el gigantesco robot apareció en
el hueco de la entrada, ya sin brillar. Se quedó quieto, y
en la oscuridad su mirada se movía.

En las tinieblas sonaron voces aullando órdenes,
y Gnut fue bañado por los entrecruzados rayos de una luz
chisporroteante y colorada. Tras él comenzaron a fundirse
las puertas metálicas, pero su gran cuerpo verde no
mostró ningún cambio. Luego pareció acabar
el mundo: se oyó un trueno ensordecedor y todo lo que
había ante Cliff semejó estallar en humo y caos,
siendo su árbol agitado de tal modo que estuvo a punto de
caer. Llovieron restos. Había hablado el
cañón del tanque pesado y, estaba seguro, Gnut
habla sido alcanzado.

Cliff se agarró con fuerza al tronco y atisbo en
la neblina. Mientras se aclaraba, divisó un movimiento
entre los restos junto a la puerta y luego, de modo impreciso
pero indudable, vio cómo la gran forma de Gnut se
ponía en pie. Se alzó con lentitud,
volviéndose hacia el tanque y, de repente, saltó
hacia él trazando un amplio arco en el aire. El enorme
cañón se movió en un intento de seguirle,
pero el robot hizo una finta y luego cayó sobre el
vehículo. Mientras la tripulación del mismo
escapaba en todas direcciones, destruyó la recámara
de un puñetazo, tras lo que se volvió y miró
directamente a Cliff.

Se dirigió a él y, en un momento, estuvo
bajo el árbol. Cliff subió aún más
arriba. Gnut colocó sus brazos alrededor del árbol
y tiró de él hacia arriba, arrancándolo de
cuajo, con raíces y todo, y dejándolo caer a su
lado. Antes de que Cliff pudiera salir huyendo, el robot lo
había alzado en sus manos metálicas.

Cliff pensó que había llegado su hora.
Pero aún le estaban reservadas muchas y extrañas
cosas aquella noche. El robot no le hizo el menor daño. Lo
mantuvo frente a sí por un instante, mirándolo, y
luego se lo colocó sentado sobre los hombros, con las
piernas a cada lado de su cabeza. Después,
agarrándolo por un tobillo, se volvió y, sin
dudarlo, tomó el camino que llevaba hacia el Oeste,
alejándose del edificio.

Cliff estaba inerme. Vio que las bocas de los
cañones de los tanques se movían,
siguiéndolo.

Pero no dispararon. Al colocarlo sobre sus hombros, el
robot se había asegurado de que no harían fuego…
Al menos eso era lo que Cliff esperaba.

El robot caminó en línea recta hacia el
Tidal Basin. La mayor parte de los soldados lo siguieron, con
lentitud y titubeantes. A lo lejos, Cliff vio como una oscura
línea de confusión se desparramaba hacia la zona
despejada de gente: las barreras policiales habían sido
rotas. Por delante se fue aclarando con rapidez la multitud, que
pasaba hacia los lados; luego, de todas las direcciones,
exceptuando por delante, volvió la marea hasta que
pudieron oírse con claridad gritos y alaridos
individuales. La gente se detuvo a unos cincuenta metros de
distancia, y pocas fueron las personas que se atrevieron a
acercarse más.

Gnut no les prestó atención, como tampoco
se la prestaba a su carga, que podría haber sido una mosca
posada sobre su cuello. Su superficie metálica era para
Cliff un asiento tan duro como el acero, pero con la diferencia
de que los músculos que había bajo ella se
flexionaban con cada movimiento, tal como sucedería con un
ser humano. El periodista se asombró mucho ante esa
musculatura metálica.

Gnut caminó tan recto como vuela una abeja,
atravesando senderos, cruzando parterres y yendo por entre las
hileras de los árboles, con el joven sobre sus hombros,
seguido por el rugido de millares de personas. Por encima
zumbaban los helicópteros y silbaban los aviones,
contándose entre ellos vehículos de la
policía con sus sirenas que le destrozaban los nervios.
Por delante se veían las tranquilas aguas del Tidal Basin,
y en su centro la simple tumba de mármol de Klaatu, el
embajador asesinado, que brillaba negra y fría a la luz de
la docena de proyectores que siempre la iluminaban de noche.
¿Era aquélla una visita al muerto?

Sin un instante de duda, Gnut llegó hasta la
orilla y entró en el agua. Se hundió en ella hasta
las rodillas, y luego hasta la cintura, de modo que los pies de
Cliff se mojaron. Y el robot prosiguió su inexorable
avance a través de las oscuras aguas, en dirección
a la tumba de Klaatu.

La oscura y cuadrada masa de brillante mármol se
fue alzando sobre ellos a medida que se acercaban, y el cuerpo de
Gnut comenzó a emerger del agua cuando fue subiendo el
fondo del estanque, hasta que sus gigantes pies pisaron el
primero de los escalones de la pirámide. En un momento
estuvieron en la parte superior de la misma, en la estrecha
plataforma en cuyo centro descansaba la simple tumba
oblonga.

Desnudo bajo los brillantes reflectores, el gigantesco
robot la rodeó, y luego, inclinándose,
asentó los pies en tierra y dio un tremendo tirón a
la tapa. El mármol se resquebrajó; la gruesa tapa
se deslizó hacia un lado y se rompió con estruendo
por su extremo opuesto. Gnut se puso de rodillas y miró al
interior, haciendo que Cliff quedase bastante más
allá del borde.

En el interior, en un contraste de sombras formado por
las convergentes luces de los reflectores, yacía un
ataúd de plástico transparente, de gruesas paredes
y sellado para resistir el paso de los siglos, que
contenía los restos mortales de Klaatu, el visitante de lo
Ignoto, y la pequeña bobina de película sonora en
la que estaba grabada para toda la eternidad la secuencia de sus
pocos movimientos y palabras.

Cliff permaneció muy quieto, deseando haber
podido ver el rostro del robot. Tampoco Gnut se movió de
su posición de reverente contemplación…
Allí, en la brillantemente iluminada pirámide, ante
los ojos de una multitud temerosa y arremolinada, Gnut hizo las
honras fúnebres a su apuesto y venerado
maestro.

Entonces, de repente, todo hubo terminado. Gnut
tendió la mano y tomó la pequeña caja de la
grabación, se puso de pie y comenzó a bajar los
escalones.

Cruzando el agua, volviendo hacia el edificio a
través de senderos y campos de césped como antes,
Gnut avanzó irresistible. Frente a él se
dispersó la caótica masa de gente, que le
seguía tan de cerca cómo se atrevía,
pisoteándose unos a otros en su esfuerzo de no perderlo de
vista. No hubo ninguna grabación televisiva de su regreso.
Todas las cámaras habían sido dañadas en su
camino hacia la tumba.

Mientras se aproximaba al edificio, Cliff vio que el
proyectil del tanque había hecho un agujero de seis metros
de ancho que iba desde el techo al suelo. La puerta aún
estaba abierta, y Gnut, sin apenas una variación en el
ritmo de su paso, cruzó por encima de los cascotes y fue
en línea recta hacia la parte trasera de la nave. Cliff se
preguntó si iba a ser liberado.

Así fue. El robot lo puso en el suelo y
señaló hacia la puerta del edificio; luego,
volviéndose, emitió los sonidos que abrían
la nave. La rampa se deslizó hasta el suelo y subió
por ella.

Y entonces Cliff llevó a cabo la acción,
loca y arriesgada, que le iba a hacer famoso durante aquella
generación. Cuando la rampa comenzaba a deslizarse de
nuevo hacia arriba, saltó sobre ella y entró
también en el vehículo. La compuerta se
cerró tras él.La oscuridad era total y el silencio
absoluto. Cliff no se movió. Notaba que Gnut estaba cerca,
justo delante de él, y así era.

Su dura mano metálica lo tomó por la
cintura, lo llevó contra su costado y lo trasladó a
algún lugar. De repente, unas lámparas
bañaron el recinto con una luz azulada.

Dejó a Cliff en el suelo, y se quedó
mirándolo. El joven ya estaba arrepentido de su alocada
acción, pero el robot no parecía irritado, y su
rostro era inexpresivo, a excepción de sus siempre
insondables ojos. Indicó un taburete que había en
un rincón de la habitación. Esta vez Cliff
obedeció con rapidez y se sentó sumiso, sin
atreverse, por un instante, ni a mirar a su alrededor.

Luego vio que se hallaba en un pequeño
laboratorio. Las paredes estaban cubiertas de complicados
aparatos de metal y plástico, que también llenaban
varias pequeñas mesas. No podía reconocer ni
imaginarse para qué servía ninguno de ellos.
Dominando el centro de la sala había una larga mesa de
metal en cuya parte superior había una gran caja, muy
parecida exteriormente a un ataúd, que estaba conectada
por muchos cables a un complicado aparato que había en el
extremo opuesto. Encima de ella brillaba un cono de deslumbrante
luz que surgí a de una lámpara de muchos
tubos.

Un objeto medio cubierto, en una mesa cercana,
tenía un aspecto familiar… y resultaba del todo
incongruente. Desde donde él se hallaba parecía un
maletín, un vulgar maletín. Se preguntó
qué sería aquello.

Gnut no le prestó atención alguna;
inmediatamente cortó el borde de la caja de
grabación, utilizando la hoja de una gruesa herramienta.
Alzó la bobina de película sonora y pasó
casi media hora ajustándola sobre el aparato que se
hallaba al extremo de la gran mesa. Cliff lo contempló,
fascinado por la habilidad con que el robot usaba sus duros dedos
de metal. Hecho aquello, Gnut trabajó largo rato en
algún aparato accesorio que había en una mesa
adjunta. Más tarde hizo una momentánea pausa,
pensativo, tras de lo cual tiró de una larga
palanca.

De la caja parecida a un ataúd surgió una
voz: la voz del embajador asesinado.

-Soy Klaatu –dijo-. Y este es Gnut.

"¡Aquello era de la grabación!",
pensó al instante Cliff. Eran las primeras y únicas
palabras que había dicho el embajador. Pero luego, al
siguiente segundo, vio que no era así. ¡Había
un hombre en la caja! El hombre se agitó y se
sentó, ¡y Cliff vio el rostro de Klaatu
vivo!

El embajador parecía algo sorprendido, y
habló con rapidez con Gnut, en un idioma desconocido…, y
Gnut, por primera vez desde que Cliff lo conocía,
habló en respuesta. Las sílabas del robot
tenían el tono de la emoción humana, y la
expresión del rostro de Klaatu pasó de la sorpresa
al asombro. Hablaron durante varios minutos, y al cabo Klaatu,
aparentemente fatigado, comenzó a recostarse, pero se
detuvo a media acción, pues vio a Cliff. Gnut habló
de nuevo, largo rato. Klaatu hizo un gesto a Cliff con la mano, y
éste fue hacia él.

-Gnut me lo ha contado todo -dijo con una voz
débil y suave, y a continuación miró a
Cliff, en silencio, con débil y cansada
sonrisa.

Cliff tenía un centenar de preguntas que hacer,
pero por el momento no se atrevía a abrir la
boca.

-Pero usted -logró decir al fin con mucho
respeto, si bien con un estallido de excitación-, usted no
es el Klaatu que está en la tumba,
¿verdad?

Desapareció la sonrisa del hombre y agitó
la cabeza negativamente.

-No. -Se volvió hacia el gigantesco Gnut y le
dijo algo en su propio idioma y, ante sus palabras, las facciones
metálicas del robot se estremecieron de dolor.
Después, se volvió de nuevo hacia Cliff-: Me estoy
muriendo -se limitó a anunciar, como si repitiese sus
palabras para el terrestre. De nuevo su rostro fue iluminado por
la débil y cansada sonrisa.

Cliff notaba un nudo en la garganta. Se limitó a
mirarle, esperando que se aclarase la situación. Klaatu
pareció leer en su mente.

-Veo que no lo comprendes –dijo- A pesar de que es
distinto a nosotros, Gnut tiene grandes poderes. Cuando
edificaron el pabellón y comenzaron las charlas grabadas,
tuvo una maravillosa inspiración. Actuando a partir de la
misma, montó este aparato durante las noches… y ahora me
ha reconstruido a partir de mi voz, tal como fue grabada por tu
gente. Como debes saber, cada voz tiene un sonido
característico. Construyó un aparato que
revertía el proceso de grabación, y de un sonido
determinado reconstruyó el cuerpo característico
que lo había emitido.

Cliff se quedó con la boca muy abierta.
¡Así que era aquello!

– ¡Pero no tiene por qué morir!
-exclamó Cliff, con ansiedad-. ¡La grabación
de su voz fue tomada cuando bajaba usted de la nave, mientras se
encontraba bien! ¡Debe permitirme que lo lleve a un
hospital! ¡Nuestros doctores son muy
hábiles!

Con un movimiento apenas perceptible, Klaatu negó
con la cabeza.

-Sigues sin comprender -dijo con lentitud y con voz
más débil-. Vuestra grabación tenía
imperfecciones. Pequeñas pero suficientes para estropear
el producto final. Según me dice, todos los productos de
los anteriores experimentos de Gnut murieron a los pocos
minutos… y también me ocurrirá lo mismo a
mí.

Entonces, de repente, Cliff comprendió el origen
de los "experimentos". Recordó que el día en que
había sido abierto el pabellón, un ejecutivo del
Instituto Smithsoniano había perdido un maletín con
grabaciones de sonidos emitidos por diversos animales. ¡Y
allí, sobre la mesa, había un maletín!
¡Y los Stillwells debían de haber sido construidos a
partir de las grabaciones que estaban en el cajón de la
mesa!

Pero notaba un peso en su corazón. No deseaba que
aquel ser muriese. Poco a poco, se le fue ocurriendo una idea
interesante. La explicó con creciente
excitación.

-Dice usted que la grabación era imperfecta y,
naturalmente, lo era. Pero la causa de esto fue la
utilización de un aparato de grabación imperfecto.
Así que si Gnut, en su reversión del proceso,
hubiera utilizado exactamente los mismos aparatos con los que fue
grabada su voz, entonces podrían ser estudiadas las
imperfecciones, eliminadas, y así usted no tendría
por qué morir.

Mientras las últimas palabras salían de
sus labios, Gnut se retorció como un gato y lo
agarró con fuerza. En los músculos metálicos
de su rostro brillaba una excitación verdaderamente
humana.

– ¡Consígueme ese aparato! -ordenó
en un inglés claro y perfecto. Comenzó a empujar a
Cliff hacia la puerta, pero Klaatu alzó la
mano.

-No hay prisa -dijo con suavidad.

Las siguientes dos horas siempre permanecieron en la
memoria de Cliff como si hubieran sido un sueño. Era como
si el misterioso laboratorio con aquel hombre que yacía
tan pacíficamente fuese la parte verdadera y central de su
vida, y aquella escena con los ruidosos hombres que hablaba un
burdo y bárbaro interludio. No estaba muy lejos de la
rampa. Sólo contó parte de la historia. Lo
creyeron. Esperó en silencio mientras era efectuada toda
la presión que las más altas jerarquías del
país eran capaces de ejercer para obtener los aparatos que
el robot había pedido.

Cuando llegaron, los llevó hasta el suelo del
pequeño vestíbulo situado tras la compuerta. Gnut
se hallaba allí, como esperándole. Llevaba en sus
brazos el cadáver del segundo Klaatu. Se lo pasó
con ternura a Cliff, quien lo aceptó sin decir palabra,
como si hubiera sido algo establecido previamente. Aquello
parecía ser la despedida.

De todas las cosas que Cliff hubiera deseado decir a
Klaatu, había una que permanecía nítidamente
destacada en su mente. Ahora, mientras el robot de metal verdoso
permanecía encuadrado en la gran nave del mismo color,
aprovechó su oportunidad.

-Gnut -dijo con ansia, manteniendo cuidadosamente asido
el flácido cadáver entre sus brazos-, debes hacer
una cosa por mí. Escúchame con mucha
atención. Quiero que le digas a tu amo, el amo al que
harás revivir, que lo que le sucedió al primer
Klaatu fue un accidente que lamenta toda la Tierra.
¿Querrás hacer eso por mí?

-Eso es algo que ya sabía -le contestó con
suavidad el robot

– ¿Pero me prometes decirle estas mismas palabras
a tu amo… tan pronto como reviva?

-No has comprendido nada -le dijo Gnut con suavidad, y,
en voz baja, dijo cuatro palabras más. Mientras Cliff las
oía, se le nubló la vista y se le envaró el
cuerpo.

Cuando se recuperó y volvió a enfocar la
vista, vio cómo desaparecía la gran nave. De
pronto, ya no estaba allí. Dio un paso o dos hacía
atrás.

En sus oídos resonaban las últimas
palabras de Gnut, como si fueran tremendos tañidos de
campana. Nunca, nunca las revelaría, hasta que le llegase
el instante de la muerte.

-No has comprendido nada – le había dicho el
poderoso robot-. Yo soy el amo.

 

 

Autor:

Jorge Alberto Vilches Sanchez

 

Partes: 1, 2
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